Papi, te quiero mucho.

-¿Hasta dónde, Alba?

-Hasta la luna papi.

-¿Y dónde te lleva papi?

-En el corazón.

Y las lágrimas resbalaban por mis mejillas incluso antes de despertarme del todo, porque sabía que cuando abriera los ojos Alba ya no estaría conmigo. Que nieves trataría de consolarme aunque ella también llorara, aunque tuviera grabada a fuego en la mente la imagen de nuestra hija cuando cerraba los ojos después de mirarnos por última vez aquel día 1 de agosto.

Había que enfrentarse a un nuevo día sin Alba, a un nuevo día en que habría que aceptar que no estaría con nosotros más que en nuestros recuerdos, nuestros sueños y nuestros corazones.

Creo que lo que me salvo fue la lucha. la lucha que había empezado por ella y con ella, y que Alba me hizo prometer que seguiría. Ella había querido que matara al bicho que la ponía enferma, no solo a ella sino también a los demás niños.

Quería que siguiera la batalla contra el cáncer, aquella que habíamos empezado con todos los alberos que esperaban que siguiéramos.

Y cuando el dolor nos dejó respirar, aunque por mi mente pasaba la idea de abandonar porque Alba ya no estaba, porque a mi hija nunca podría salvarla y, seguí adelante. Porque se lo había prometido a Alba y porque ella me animaba a seguir adelante en mis sueños.

¿Qué hacemos Nieves, seguimos adelante? Le pregunte una mañana.
Ella aún no había vuelto al trabajo, lo haría en septiembre, para poder pasar el verano con Ariadna, que aunque estaba contenta porque su hermana estaba en el cielo y ya no iba a sufrir más, también la echaba terriblemente de menos.

No consigo quitarme de la cabeza la imagen de Alba muriendo en tus brazos, y me gustaría olvidarme de todo – reconoció. Pero tampoco quiero que ninguna madre tenga que pasar por ello. Dios no puedo aceptarlo.
-yo tampoco.
Nieves asistió.
-Démonos este mes, y en septiembre volvemos a ello.
-Vale cariño. Te quiero.

Nieves lloro y me abrazo con fuerza, al menos tenía la suerte de seguir teniéndolas a ella y a Ariadna. Sino no sé lo que hubiera hecho.
Así pasamos el verano como pudimos y en septiembre volvimos a enfrentarnos al mundo, con sus cosas buenas y sus cosas malas.

Nunca sabré si fui un buen padre para mi hija Alba, pero quiero creer que hice todo lo que estuvo en mis manos para salvarle la vida. Pero no podía evitar pensar que le había fallado, porque no la tenía a mi lado.

Había días en que pasaba por delante del hospital con el coche, y no podía mirar el edificio. Se me saltaban las lágrimas de pensar que mi hija se había ido en una de sus habitaciones.

Habia días en los que odiaba a los médicos, por si podían haber hecho más por salvar a mi hija. Aun a sabiendas de que hicieron todo lo que estuvo en sus manos. Era el odio de un padre que no tenía más que recuerdos de su hija, y no sus besos cada noche.

Me gustaría haber sido mejor padre y haberle dicho más veces te quiero, aun cuando ella me decía “ya lo sé papi, eres muy pesado”.

Me costaba dormir por las noches. Tenía miedo a que llegara la noche a pesar de que era el momento en el que me reunía con mi hija. En nuestros sueños volvía a verla, a hablar con ella, como si fuese un día más. Pero luego llegaba la mañana y tenía que despertar y volver a la realidad, en la ella ya no está.

Pensaba que ojala hubiera muerto yo y no ella, era algo que no lograba entender. ¡Ella solo era un bebe! Y yo solo había quedado aquí para sufrir su ausencia.

Era como volver a la guerra, cuando hay imágenes que no puedes borrar de tu mente. Es como haber matado a mil enemigos, pero mis imágenes son la de mi hija envuelta de bombas de medicación, en cientos de sesiones de quimioterapia, y de mi hija diciéndome “papi ¿esta noche hay más quimio? Estoy cansada.

Cuantas veces llore hasta secarme por dentro, y maldecido mi suerte, porque al final solo era eso “SUERTE” La mala suerte de que te toque a ti, a tu hijo entre tantos.

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